Huevazos de fin de año
Fin de primer año, últimos días de noviembre. La tradición era clara: salir a tirar huevazos por la calle para festejar. Yo ya lo había pactado con mi vieja: volvía a casa, me cambiaba y después salía tranquilo a “cumplir con el ritual”.
Estudiaba en el “Comer” y, apenas sonó la campana, varios amigos que iban a la mañana nos estaban esperando con los cartones listos. No aguanté la tentación y salimos a recorrer el barrio a los huevazos. Mala suerte: una chica fue a quejarse porque la habíamos ensuciado.
Al rato apareció Heriberto Rodríguez, que nos conocía de memoria, y lanzó la amenaza:
—¡Sé perfectamente quiénes son! Si no vienen, los demás quedan libres.
Con la inocencia de mis 13 años, algunos fuimos derechito a entregarnos. El castigo: seguir yendo al Colegio hasta Navidad y, encima, aislados en un aula cada uno.
Días más tarde, en el acto de egreso de Primaria de mi hermano Pablo, mi viejo y Hugo Santilli (el padre del Colo) fueron a negociar con Faustino. Después de un sermón eterno sobre la responsabilidad, lograron que nos redujeran la “condena”.
¿Si volví a tirar huevazos los años siguientes en el Sana? Mejor ni pregunten… 😅

