Gracias enormes a todos

Una vez más, lo logramos . Una vez más, hicimos posible este encuentro maravilloso, donde vuelve a hacerse visible el hilo invisible pero firme que nos une desde siempre. Ese hilo que atraviesa generaciones, desde los egresados del Quinto Año que hoy nos ayudan con entusiasmo, hasta la camada que celebra sesenta años de haber dejado las aulas… pero jamás la casa.

Comencemos agradeciendo, y terminemos —también— agradeciendo.

Porque en el corazón de lo agustiniano, la gratitud es memoria viva.

Agradecemos al Colegio, a la Orden de San Agustín, que una vez más nos abre las puertas de casa para celebrar esta misa y esta cena tan cargadas de sentido.

Gracias al Director General, al Rector, al administrador, y a los sacerdotes que nos acompañaron en la celebración.

Gracias al coro de padres y alumnos, cuyas voces no solo acompañan, sino que elevan.

Gracias a quienes, con su trabajo y dedicación, hacen posible cada detalle que compone esta fiesta: Lorena con el pernil, los proveedores de bebidas, el sonido, las luces, los diplomas, las medallas, los pines, las tazas… Cada elemento está pensado para dejar una huella, una marca en el corazón de cada uno de nosotros.

Gracias también al personal del colegio —de limpieza, de mantenimiento— que transforma cada rincón en escenario de reencuentro.

Gracias a los chicos de Quinto Año, que se acercaron a ayudarnos con las fotos, la entrada, el servicio… siendo protagonistas de algo que pronto será suyo, y que hoy aprenden mirando.

Gracias a todas las camadas presentes:

  • A la 2015, camada 53.
  • A la 1985, camada 23.
  • A la 1975, camada 13.
  • A la 1965, camada 3.

Y a quienes representaron a esas camadas en la historia viva de este colegio: Martín Nielsen, Willy, Pablo Hoffman, Saturnino Funes, Julián Ballve, chow y Felipe … y tantos otros que hoy encarnan lo que significa pertenecer.

Por último —y no menos importante—, gracias a todos los antiguos alumnos que llevamos adelante este camino.

Con nuestras diferencias, con nuestros estilos, con nuestras carencias… pero siempre con un corazón inquieto, ese que nos enseñó San Agustín: un corazón que busca, que no se conforma, que quiere dejar una huella para que los más jóvenes la sigan y los más grandes la celebremos con orgullo.

Puede sonar a frase hecha, pero no lo es.
Estos encuentros son la expresión viva y concreta de lo que sembramos y seguimos cosechando desde aquel primer día que cruzamos las puertas del colegio.

Ese carisma agustiniano que nos marcó —y que hoy vuelve a florecer— se sostiene en sus tres pilares eternos:
La interioridad,porque al reencontrarnos agitamos el corazón y despertamos recuerdos que nos construyen.
La vida en comunidad, porque solo juntos llegamos hasta aquí, hombro con hombro, año tras año.
Y el servicio al prójimo, porque todo lo que hacemos tiene sentido cuando lo compartimos.

Gracias enormes, de verdad.
Porque este camino —nuestro camino— no termina nunca.
Solo cambia de forma, y sigue latiendo en cada uno de nosotros

Juan Ignacio Carbonere

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